Cuando era niña, la Pascua era una época de gran significado en mi casa. Era un momento de preparativos cuidadosos y tradiciones arraigadas que nos conectaban profundamente con nuestra fe y comunidad. Recuerdo cómo nos involucrábamos en la preparación de la Semana Santa, cada actividad marcada por un sentido de renovación y devoción a los ciclos.
Una de las primeras actividades que emprendíamos era encalar la casa. Este acto simbólico de blanquear las paredes representaba la purificación y la preparación para la llegada de la Pascua. Era un momento en el que toda la comunidad se unía en un esfuerzo conjunto, trabajando juntos para embellecer las calles para que las procesiones pasasen y dar la bienvenida a la festividad.
Otro aspecto importante era la elaboración de los adornos para los balcones. Pasábamos horas cosiendo y creando hermosos arreglos florales que luego colgaríamos con orgullo para decorar el paso de la Semana Santa. El aroma del romero y el jazmín, el incienso, la mirra, la solemnidad de los tambores es algo muy presente en mi infancia, y también hoy en mi día a día de Medio Oriente.
Visitar los altares en las iglesias locales era una parte esencial de nuestra celebración. Las madrugadas viendo pasar los Pasos de Semana Santa, era absolutamente maravillosos. Observar los detalles cuidadosamente preparados por la comunidad, desde las flores hasta las velas y los símbolos religiosos, nos recordaba la importancia de la devoción y la comunión durante la Pascua.
Las procesiones también eran una experiencia significativa. Ver a los nazarenos desfilar con sus túnicas y capirotes, escuchar el sonido de tambores, trompetas y los cantos religiosos, creaba un ambiente de solemnidad y reflexión. Participar en estos rituales comunitarios fortalecía nuestra conexión con la fe y la tradición compartida. Las Saetas al Cristo de los Gitanos, el paso de la Virgen de las Angustias eran momentos emotivos durante la Pascua. Las melodías llenas de pasión y devoción tocaban nuestros corazones, recordándonos la importancia de la redención y el sacrificio en la narrativa de la Pascua.
Crecí sintiendo que lugares sagrados como Jerusalem, Nazareth, Belén o Jericó formaban parte de mi identidad. Hoy en día, sigo pensando en cómo la esencia de estos lugares está intrínsecamente ligada a la celebración de la Pascua y a mi persona. La primera vez que llegue a Belén, era como si hubiese estado allí toda mi vida. Recorren Jerusalem era recorrer mi infancia, el monte de los olivos, la Via Dolorosa. Te extraño mucho Jerusalem, cuanto me duelen tus llantos.
En el corazón de la Pascua está el concepto de renacimiento, simbolizado por la resurrección en la tradición cristiana. Este simbolismo de renacimiento nos invita a considerar nuestras propias vidas y los ciclos de cambio y transformación que experimentamos a lo largo del tiempo. La Pascua también está impregnada de un profundo sentido de esperanza y fe. En medio de las pruebas y tribulaciones de la vida, la celebración de la Pascua nos recuerda que hay esperanza en el horizonte, que la luz siempre sigue a la oscuridad. Esta esperanza no se limita a lo religioso, sino que se extiende a todos los aspectos de nuestras vidas. Nos anima a mantener la fe en tiempos difíciles, a creer en nuestras propias capacidades y a confiar en que hay un propósito más grande que guía nuestro camino.
La contemplación de la Pascua también nos lleva a considerar nuestra propia transformación personal. Al igual que la resurrección que representa una transformación radical, la Pascua nos desafía a examinar cómo podemos transformarnos a nosotros mismos para mejor. ¿Qué aspectos de nuestra vida necesitan ser renovados? ¿Qué cambios internos podemos hacer para vivir más auténticamente y en armonía con nuestros valores más profundos? Estas son preguntas que la Pascua nos anima a explorar en nuestro viaje hacia el crecimiento personal.
Desde una perspectiva antropológica, la Pascua puede ser vista como una expresión de la cultura y la identidad de las comunidades que la celebran. Las tradiciones, rituales y símbolos asociados con la Pascua reflejan la historia y las creencias de un grupo humano en particular. Además, la Pascua puede ser estudiada como un fenómeno cultural que evoluciona a lo largo del tiempo y se adapta a diferentes contextos sociales y geográficos.
La Pascua está llena de símbolos culturales que tienen significados profundos. Por ejemplo, el huevo de Pascua, que simboliza la fertilidad y el renacimiento en muchas culturas, o el cordero pascual, que representa la inocencia y el sacrificio en el contexto religioso. Estos símbolos pueden ser interpretados de diversas maneras y tienen resonancia en múltiples tradiciones y creencias.
La celebración de la Pascua también está vinculada a la naturaleza y los ciclos vitales. En muchas culturas, la Pascua marca el inicio de la primavera, una época de renovación y crecimiento en la que la naturaleza florece. Este simbolismo de renovación y resurgimiento se refleja en las festividades y rituales asociados con la Pascua, que celebran el ciclo de la vida y la muerte en un contexto más amplio.
La palabra “Pascua” proviene del latín “Pascha”, a su vez derivado del griego “Πάσχα” (Pascha), que a su vez se deriva del hebreo “פֶּסַח” (Pesaj). En hebreo, Pesaj significa “paso” o “salto”, refiriéndose al evento bíblico del Éxodo en el cual Dios pasó por alto las casas de los hebreos en Egipto marcadas con la sangre del cordero pascual, mientras castigaba a los egipcios.
Para mí, la representación del paisaje de la Pascua va más allá de las acciones y los rituales externos. Es la comprensión profunda del concepto de Pesaj, del “Paso” que representa el viaje de la vida y la fe. Cada paso que daban los cofrades portando las imágenes de la Virgen del Soledad, de la Esperanza, de las Angustias, llevaba consigo una carga de significado y devoción que se transmitía de generación en generación. Un aspecto de la mente a observar.
Todos estos mitos, rituales y experiencias han vivido en mí de manera profunda. Han contribuido a formar mi identidad, a enriquecer mi comprensión del mundo y a fortalecer mi conexión con lo espiritual, lo humano y sobre todo con Oriente. La Pascua no solo es una celebración religiosa, sino un momento de profunda reflexión, comunión y renovación que ha dejado una marca indeleble en mi ser.
Ese Paso, ese Salto es el que me interesa hoy, como podemos saltar esta primavera hacia un estado de mayor conciencia en Medio Oriente y en el Mundo. Felices Pascuas , Felices Pasos.