¿Qué es el Self realmente? Una travesía entre psicología, filosofía y espiritualidad

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha hecho una pregunta fundamental:
¿Quién soy yo?
La búsqueda de esa respuesta ha dado lugar a múltiples visiones del self, también llamado «yo», «sí mismo», «alma» o «identidad». Pero ¿es el self una esencia inmutable, una construcción narrativa, una ilusión biológica o un reflejo del infinito?

A lo largo de la historia, psicólogos, filósofos, científicos, místicos y poetas han ofrecido interpretaciones muy distintas. Hoy, en plena era digital, hiperracional y fragmentada, esta pregunta se vuelve más urgente que nunca. Porque no saber quiénes somos puede llevarnos no solo al extravío personal, sino también al colapso colectivo.

1. De los orígenes al sujeto moderno: breve historia del self

En la filosofía griega, Platón definía el alma como prisionera del cuerpo, buscando liberarse para contemplar las ideas eternas. Su discípulo Aristóteles, en cambio, entendía el alma como la forma del cuerpo, inseparable de la vida. Siglos después, San Agustín diría: “No salgas de ti mismo; en tu interior habita la verdad”, anticipando la noción de interioridad espiritual.

Con el surgimiento de la modernidad, René Descartes introduce una ruptura: “Pienso, luego existo”. El self ya no es un alma, sino una conciencia racional que duda, afirma, decide. Immanuel Kant profundiza esta visión al proponer el yo trascendental, condición necesaria para organizar la experiencia, aunque inaccesible como objeto de conocimiento.

2. El self en la psicología: conflicto, desarrollo y posibilidad

La psicología del siglo XX aporta matices más profundos:

Freud concibe el yo como el árbitro entre los impulsos inconscientes (ello) y las normas sociales (superyó), una especie de gestor del conflicto interior.
Carl Jung amplía la noción: el yo es solo un fragmento del self, que incluye el inconsciente colectivo, los arquetipos y la sombra. La tarea vital es individuarse, es decir, integrar todas nuestras partes.
Carl Rogers, desde la psicología humanista, propone un self abierto, que puede actualizarse y florecer cuando encuentra un entorno empático. La autenticidad es clave: “Ser uno mismo” como propósito terapéutico.

En el campo del desarrollo, Erik Erikson plantea que la identidad se construye en fases psicosociales. La adolescencia es el momento de preguntarse quién soy y en qué creo. Si esto falla, aparece la confusión de identidad, tan frecuente hoy.

3. El self en la neurociencia: una narrativa emergente

Las neurociencias contemporáneas han desmitificado al yo. No hay una región cerebral que lo albergue: es más bien un proceso emergente, una construcción momentánea.

Según Antonio Damasio, el self surge del cuerpo: es una narración continua entre sensaciones, emociones y memorias. No somos cerebros flotantes, sino organismos encarnados.

La Red Neuronal por Defecto (Default Mode Network), activa cuando soñamos despiertos o reflexionamos, parece asociada al yo narrativo. Otros como Thomas Metzinger van más lejos: el self es una ilusión útil, una interfaz para navegar el mundo, sin sustancia propia.

4. El self en la sociedad moderna: riesgos, máscaras y fragmentación

En nuestra era, el self se encuentra bajo amenaza. La aceleración del tiempo, la cultura del rendimiento y las redes sociales han transformado nuestra relación con nosotros mismos.

Riesgos actuales del self:

Fragmentación identitaria: vivimos múltiples “yos” simultáneos –el yo íntimo, el profesional, el virtual–, a menudo sin coherencia entre ellos.
Narcisismo digital: el valor del yo parece medirse en “me gusta”, vistas y seguidores. La imagen reemplaza a la experiencia.
Autoexplotación emocional: como advierte Byung-Chul Han, el individuo ya no es oprimido desde fuera, sino desde dentro. Se exige a sí mismo, se exprime, se sobreexpone.
Pérdida del vínculo con la naturaleza: sin raíces en la Tierra, el self se vuelve abstracto, ansioso, desorientado. Ya no sabe a qué pertenece.

Como escribe Sherry Turkle: “Estamos solos juntos. Conectados digitalmente, pero aislados emocionalmente.”

5. Perspectivas orientales del self: aliento, disolución y unidad

Más allá del budismo –frecuentemente citado– otras grandes tradiciones espirituales ofrecen miradas profundas sobre el self. A continuación, exploramos las visiones hebraica, islámica y taoísta.

5.1 El self en la tradición hebraica: entre aliento y chispa divina

La tradición judía distingue varias dimensiones del alma:

Néfesh: la vida instintiva, el deseo, el cuerpo animado.
Rúaj: el espíritu, la voluntad, el impulso moral.
Neshamá: el aliento divino, lo más elevado y puro del ser.

Según la Kabaláh, el alma tiene cinco niveles, y el self se desarrolla ascendiendo por estos estratos. No se trata de construir una identidad sólida, sino de refinar el alma para reflejar la Luz Infinita (Ein Sof).

El yo egóico es visto como klipá (cáscara) que encierra la chispa divina. El trabajo espiritual consiste en quebrar esa cáscara. Como dijo el rabino Najmán de Breslov:

“El alma no necesita saber adónde va. Solo necesita seguir caminando hacia la verdad.”

5.2 El self en el sufismo: aniquilar el ego para recordar a Dios

En el misticismo islámico, el nafs representa el ego, la parte inferior del ser humano. Los sufíes describen una serie de etapas en el camino del alma:

1. El alma instintiva (nafs al-ammārah)
2. El alma reflexiva (nafs al-lawwāmah)
3. El alma pacificada (nafs al-muṭmaʾinnah)
4. El alma complacida y aceptada por Dios

El objetivo es llegar al fanā (aniquilación del ego) y baqā (subsistencia en Dios). El self se convierte en un canal, no en un fin en sí.

Rumi, el gran poeta sufí, lo expresó así:

“No eres una gota en el océano. Eres el océano en una gota.”

5.3 El self en el Taoísmo: fluir, desaprender, vaciarse

Para el Taoísmo, el yo no es una entidad fija sino una expresión momentánea del flujo universal (Dao). El sabio no afirma su identidad, sino que se armoniza con la naturaleza.

El self verdadero es el que ha olvidado su nombre, el que se ha vuelto como el agua: sin forma, sin orgullo, sin miedo.

En palabras del Tao Te Ching:

“El que se aferra a su yo no encontrará su centro. El que se vacía, se convierte en el Tao.”

El self es aquí un vacío fértil, no un proyecto identitario.

6. Hacia un nuevo paradigma: el self como proceso, red y cuidado

A la luz de todo esto, podemos repensar el self no como un objeto, sino como un proceso dinámico, ecológico y relacional. No existe el yo sin el cuerpo, sin los otros, sin el entorno, sin la historia. El self no se posee, se cultiva.

Podemos imaginar al self como:

Un relato en transformación, como propone Luis Rojas Marcos, que nos da coherencia y sentido.
Una conexión con la belleza y la naturaleza, como sugiere la neuroestética: el arte y lo natural expanden el yo más allá del ego.
Una relación de cuidado, como señala la ética del ubuntu: “yo soy porque nosotros somos”.

Tal vez, el self no sea algo que hay que encontrar, sino algo que se revela cuando estamos presentes, cuando miramos con profundidad, cuando dejamos de aferrarnos.

Recordar el centro que no se puede nombrar

En estos tiempos de sobreinformación y pérdida de sentido, redescubrir el self no es un lujo, sino una necesidad. No para volver al ego, sino para habitar el centro, ese punto de quietud que no necesita definirse porque simplemente es.

Quizá no se trate de responder “¿quién soy yo?”, sino de volver a ser lo que fuimos antes del nombre, antes del miedo, antes de la separación.

“El único viaje es el interior”. – Rilke

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