Paisaje Externo, Paisaje Interno: Cómo el Entorno Moldea Nuestras Emociones y Estados Mentales Por Dr. Koncha Pinós

He recorrido el mundo con los ojos abiertos, observando cada rincón como si cada paisaje guardara un mensaje secreto para el alma. A lo largo de mis viajes, me he encontrado en selvas impenetrables, praderas vastas, desiertos infinitos y bosques antiguos. Cada uno de estos paisajes me ha ofrecido una conexión única, moldeando mis emociones y mi forma de estar en el mundo. Como  estudiosa del bienestar, he llegado a comprender que el entorno natural no solo nos rodea, sino que también nos transforma, afectando profundamente nuestro paisaje emocional y perfilando cambios significativos. Me he preguntado hasta que punto un paisaje podría cambiar la plasticidad de nuestro cerebro, y estas son mis reflexiones sobre diferentes contextos. 

La Selva: Un Laberinto de Vida y Sentidos

La selva es una orquesta de vida. Los sonidos y olores intensos, la humedad que envuelve la piel, y la constante sensación de movimiento me han llevado a experimentar emociones profundas y viscerales. La selva me ha enseñado sobre la interconexión. Me he sentido absorbida por su ritmo caótico, donde la vida se entrelaza con la muerte, el crecimiento con la descomposición. Al estar rodeada de tal abundancia, uno siente cómo la naturaleza respira junto a nosotros, y en medio de su densidad, nuestras emociones también florecen, a veces hasta lo abrumador.

He notado que la selva invita a la reflexión interna, pero no desde la calma, sino desde el enfrentamiento con lo que es salvaje dentro de nosotros. Es un recordatorio de que la vida es impredecible, llena de ciclos, y de que nuestras emociones más primitivas –como el miedo, el asombro y la vulnerabilidad– emergen cuando nos adentramos en su verdor.

El Bosque: El Refugio del Silencio y la Sabiduría Antigua

Los bosques, por otro lado, ofrecen un silencio diferente, uno que invita a la introspección pausada. Caminando entre sus árboles centenarios, uno siente que el tiempo se detiene. La quietud del bosque me ha dado espacio para escuchar mi propia respiración, para percibir la cadencia de mis pensamientos, como si los árboles custodiaran un saber ancestral que compartieran en susurros con el viento.

El bosque me ha enseñado sobre la paciencia y el enraizamiento. Aquí, la calma es profunda, y el ritmo lento permite que las emociones más tranquilas afloren. La serenidad que se encuentra en estos espacios verdes actúa como un bálsamo para el espíritu, suavizando la inquietud y conectándonos con una sensación de estabilidad. A menudo he sentido que, en los bosques, nuestras emociones se alinean con las estaciones: lo que debe marchitarse, se marchita; lo que necesita crecer, lo hace en su debido tiempo.

El Desierto: La Inmensidad de la Soledad y la Resiliencia

El desierto es un paisaje que, en su aparente vacío, contiene una riqueza emocional insospechada. Aquí, la soledad es absoluta, pero no es una soledad hostil, sino una que invita a la introspección más profunda. En mis viajes por el desierto, he sentido una conexión directa con mi propio ser, como si la vastedad de la arena eliminara todo lo superfluo y me permitiera ver mi interior con claridad.

El desierto nos enseña sobre la resiliencia, no solo de la naturaleza, sino de nuestro propio espíritu. En su inmensidad, donde el sol y el viento son los protagonistas, aprendemos a abrazar el silencio absoluto, a encontrar fortaleza en lo austero. Nuestras emociones, en este escenario, se simplifican: lo esencial se vuelve evidente, lo accesorio desaparece. El desierto es un recordatorio de la impermanencia, de que la vida, como la arena, cambia y se adapta con cada ráfaga de viento.

Las Praderas: Un Mar de Tranquilidad y Libertad

Las praderas, con su vastitud ondulante y sus cielos infinitos, me han transmitido siempre una sensación de libertad. Aquí, el horizonte parece no tener fin, y con él, nuestras emociones también se expanden. He notado que las praderas invitan a una calma distinta, más abierta, donde el espacio permite que nuestros pensamientos y sentimientos fluyan sin restricciones.

En mis momentos en estos paisajes abiertos, he sentido una conexión con la simplicidad de la vida. Las praderas nos enseñan que, a veces, la paz y el bienestar se encuentran en la amplitud, en dejar ir las cargas y permitirnos ser parte de la vastedad de la tierra y el cielo. En este entorno, nuestras emociones se alinean con la libertad y la expansión, recordándonos que, al igual que la naturaleza, tenemos dentro de nosotros la capacidad de renovarnos y crecer.

Paisajes que Reflejan el Alma

A lo largo de mis viajes, he aprendido que cada paisaje tiene una relación simbiótica con nuestro estado emocional. La selva me ha conectado con mi lado más instintivo, el bosque con mi serenidad interna, el desierto con mi capacidad de resiliencia, y las praderas con mi anhelo de libertad. Así como el entorno cambia a nuestro alrededor, también cambia nuestro paisaje interior.

Los seres humanos, en nuestra complejidad emocional, no somos ajenos a las influencias del mundo natural. Los paisajes que encontramos en la naturaleza actúan como espejos de nuestro estado mental, reflejando y modulando nuestras emociones. Y es en este viaje constante entre el paisaje externo y el paisaje interno donde descubrimos partes de nosotros mismos que, de otra manera, permanecerían ocultas.

Como exploradora del bienestar, he aprendido que la naturaleza nos ofrece mucho más que belleza. Nos ofrece un camino hacia nuestro propio ser, hacia la comprensión de nuestras emociones, y nos recuerda, en cada paisaje, que somos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos.

Sí, los paisajes pueden influir y cambiar nuestra neurobiología y emociones de manera significativa. La ciencia ha demostrado que diferentes entornos naturales activan distintas áreas del cerebro. Por ejemplo, estudios de neurociencia han mostrado que caminar por un bosque reduce la actividad en la corteza prefrontal, la región asociada con el pensamiento rumiativo y el estrés. En contraste, la vastedad del desierto o las praderas puede inducir una sensación de expansión mental y liberación emocional, estimulando áreas relacionadas con la creatividad y la introspección. Además, la exposición a paisajes naturales incrementa la producción de neurotransmisores como la serotonina y dopamina, vinculados con el bienestar y la regulación emocional.

Dr. Koncha Pinos
Fundadora y Co-Directora de The Wellbeing Planet. www.elgiro.org

Neuroestética del bienestar. Bosques y Salud Mental. www.thewellbeingplanet.org 

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