Por Koncha Pinós
“Ser en deuda con el Otro es el significado más profundo de la existencia humana”. Estas palabras de Emmanuel Levinas resumen una filosofía que reconfigura la ética y la convierte en el eje central de toda relación humana. Nacido en 1906 en Kaunas, Lituania, y marcado por las tragedias del siglo XX, Levinas desarrolló una obra que confronta las raíces mismas de la filosofía occidental. Su propuesta, que privilegia la responsabilidad hacia el Otro sobre la búsqueda de conocimiento o poder, es tan radical como necesaria en un mundo que lucha por reconciliarse con su humanidad.
Levinas no solo desafió las ideas de sus contemporáneos, sino que también ofreció una alternativa profundamente ética y espiritual. Su enfoque nos recuerda que la verdadera filosofía no busca dominar ni categorizar, sino abrirse a lo que es irreductible: el rostro del Otro, un símbolo de vulnerabilidad y trascendencia. Pero quien es el Otro, es otro interno y externo, esa otredad que es en si misma una tensión necesaria en nuestra evolución.
El deseo como impulso hacia lo infinito. Levinas describe el deseo como una fuerza que trasciende la satisfacción. No es un deseo que busca llenar un vacío, sino un impulso hacia lo que él llama «el Infinito». Este deseo no se agota en lo material ni en lo alcanzable; es un llamado a ir más allá de uno mismo, a entrar en relación con algo mayor y más profundo que nuestras propias necesidades y anhelos.
Este concepto es especialmente relevante en una sociedad marcada por el consumismo y la inmediatez. En el deseo infinito de Levinas encontramos una alternativa: un espacio donde el ser humano puede reencontrar su trascendencia a través del reconocimiento de la otredad. Deseamos no para poseer, sino para entrar en contacto con lo que no podemos dominar, con lo que escapa a nuestra comprensión: el rostro del Otro.
El otro, según Emmanuel Levinas, es el concepto central que define su filosofía ética. Para Levinas, «el otro» es más que una persona distinta; es una presencia que interpela directamente nuestra conciencia y responsabilidad. Aquí te explico más:
El Otro como Rostro. El rostro del otro representa la vulnerabilidad y humanidad de la persona frente a nosotros. Este rostro no es simplemente una imagen física, sino una manifestación ética que exige una respuesta. En palabras de Levinas, el rostro nos dice: «No matarás». Esta es una demanda silenciosa pero poderosa que despierta en nosotros una obligación moral. Hay muchas formas de matar, hoy los descartes, los silencios son homicidios a pequeña escala tanto como lo es lanzar bombas contra civiles.
La Relación Ética. Para Levinas, la relación con el otro no es simétrica. No se basa en reciprocidad, sino en responsabilidad. La ética comienza cuando reconocemos que estamos obligados hacia el otro, incluso antes de que ellos tengan una obligación hacia nosotros.
La bondad, en este contexto, surge como la capacidad de responder al otro sin esperar algo a cambio. Según Levinas, alguien verdaderamente bondadoso es quien prioriza al otro sobre sí mismo. La bondad no es simplemente un acto individual, sino un compromiso con la humanidad, un movimiento hacia el otro en busca de justicia. Para Levinas, no hay una «prueba» de bondad en el sentido convencional. La bondad se revela en actos genuinos de responsabilidad y compasión hacia el otro. No se trata de una intención o un sentimiento, sino de un compromiso práctico con el bienestar del otro, especialmente cuando este es vulnerable o marginado. Nos cuesta mucho comprender este concepto y mucho más llevarlo a la prácica.
La bondad como responsabilidad radical. Para Levinas, la bondad no es un acto de condescendencia ni una virtud pasiva. Es una respuesta activa a la presencia del Otro, una apertura hacia su vulnerabilidad y su necesidad. En su pensamiento, la bondad surge como una responsabilidad radical que no espera reciprocidad ni recompensa. Algo que no te otorga poder sobre el cuerpo, la mente o el alma del otro. La bondad no es algo medible, no es algo que se puede explotar, ni siquiera cuantificar. Es un acto que define al sujeto ético en relación con el rostro del Otro, que no puede ser reducido a una categoría ni a un objeto de conocimiento, y mucho menos a data.
La bondad, entonces, se convierte en un acto de trascendencia. En el encuentro con el Otro, nos enfrentamos a nuestra propia finitud y a la llamada de un imperativo ético que nos desafía a salir de nosotros mismos. Este acto, aunque aparentemente simple, tiene la capacidad de transformar no solo nuestras relaciones interpersonales, sino también nuestras estructuras sociales, al poner en el centro la dignidad del Otro.
Levinas y la espiritualidad del Otro. La filosofía de Levinas resuena profundamente con una espiritualidad que entiende al ser humano no como un individuo aislado, sino como un ser en relación. Su énfasis en el rostro del Otro como lugar de revelación nos invita a considerar una dimensión de la ética que trasciende las normas y reglas. Es una espiritualidad que se vive en el día a día, en los gestos pequeños y en la escucha atenta.
En este sentido, Levinas nos lleva a considerar la bondad no como un ideal inalcanzable, sino como una práctica cotidiana que se nutre del deseo infinito de conectar con el Otro. Este deseo, lejos de ser una carencia, es una plenitud que se encuentra en la entrega desinteresada.
La relevancia de Levinas hoy. En un mundo fracturado por intereses económicos, por la indiferencia y el individualismo, por el poder del absurdo de no pensar en que un diatodos moriremos, las ideas de Levinas son un recordatorio urgente de que la verdadera transformación comienza en la relación con el Otro. El deseo y la bondad, en su sentido más profundo, nos ofrecen una guía para vivir de manera ética en un mundo lleno de desafíos.
Más allá de las teorías filosóficas, la obra de Levinas nos invita a un compromiso práctico: a ver en el rostro del Otro una llamada a la responsabilidad, una oportunidad para trascender nuestras propias limitaciones y una forma de participar en la construcción de un mundo más humano.
Como lo planteó Levinas, la bondad no es un punto final, sino un camino. Es el hilo que nos conecta con lo infinito, con el deseo de vivir no solo para nosotros mismos, sino para el Otro. Este es el desafío y el regalo que nos ofrece su filosofía: un recordatorio de que en cada encuentro con el rostro del Otro reside la posibilidad de la trascendencia.