Cuando cambia la solución es evolución, cuando cambias la pregunta es revolución. – Jorge Wagensberg
La frase de Jorge Wagensberg encierra una profundidad que va mucho más allá del cambio superficial. Es una invitación a explorar las raíces de la transformación, tanto en el pensamiento humano como en la ciencia. Al diferenciar entre evolución y revolución, nos lleva a considerar no solo los modos en que cambiamos nuestras soluciones ante problemas, sino cómo replantear la propia estructura de los interrogantes que nos guían. Y es en este replanteamiento donde el eco de la física cuántica resuena con fuerza.
La evolución, como la entendemos desde el pensamiento darwiniano, sugiere un proceso continuo de adaptación. En el mundo de las ideas y la ciencia, este tipo de cambio implica modificaciones dentro de un sistema ya conocido. Nos movemos hacia mejores respuestas, afinando las soluciones a problemas conocidos, pero sin cuestionar el fondo del paradigma que sostiene esas respuestas.
En la física clásica, por ejemplo, se han ido desarrollando soluciones cada vez más precisas para predecir el comportamiento de los cuerpos celestes o el movimiento de los objetos en la Tierra. Este proceso ha sido una evolución constante dentro de un marco de leyes ya conocidas, como las de Newton. Así es como la ciencia avanza con pasos lentos, pero firmes, mejorando soluciones dentro de un modelo estable.
En nuestras vidas, esto se traduce a menudo en lo que hacemos cotidianamente: enfrentamos desafíos buscando ajustes y soluciones que, aunque útiles, operan dentro del mismo sistema de creencias o limitaciones que conocemos. Es un ciclo continuo de adaptación, pero no una ruptura.
Revolución: Cambiar la pregunta, cambiar la realidad
Wagensberg nos invita a considerar la verdadera ruptura: el cambio de la pregunta misma. Si la evolución es el proceso de perfeccionar soluciones, la revolución es el cuestionamiento radical que rompe con las bases sobre las que esas soluciones fueron construidas. Aquí entramos en un espacio donde no solo buscamos respuestas más eficientes, sino que desafiamos el propio marco desde el que las preguntas han sido formuladas.
Este cambio de paradigma es lo que realmente define las grandes revoluciones en la historia de la ciencia. La física cuántica, por ejemplo, surge precisamente de este acto revolucionario. En el siglo XX, las preguntas tradicionales de la física clásica —cómo se mueven los objetos, cómo se comportan las partículas— comenzaron a no ser suficientes para explicar fenómenos a escalas subatómicas. En lugar de ajustar las respuestas, los físicos cambiaron radicalmente las preguntas: ¿es la realidad local? ¿existe algo antes de ser observado?
De repente, conceptos como el entrelazamiento cuántico y la dualidad onda-partícula transformaron nuestra comprensión de la realidad. No se trataba simplemente de encontrar mejores soluciones a problemas conocidos, sino de revolucionar la forma en que veíamos la realidad misma. El universo, en su escala cuántica, desafía toda intuición: las partículas pueden estar en múltiples estados a la vez, la causalidad parece diluirse, y la observación misma juega un papel en la creación de la realidad. Este replanteamiento es, en esencia, lo que Wagensberg denomina revolución.
El papel del observador: El cambio en la pregunta transforma la realidad
Uno de los matices más profundos de la física cuántica es el rol del observador en la creación de la realidad. En el experimento de la doble rendija, por ejemplo, las partículas exhiben comportamientos diferentes dependiendo de si están siendo observadas o no. Esto sugiere que la realidad, tal como la percibimos, no es fija o absoluta, sino que se ve afectada por las preguntas que formulamos y cómo las formulamos. No es solo que al cambiar las soluciones adaptamos la realidad, sino que al cambiar las preguntas cambiamos la realidad misma que percibimos.
Este concepto nos lleva a una reflexión profunda: en la vida cotidiana, las preguntas que hacemos también moldean la realidad en la que vivimos. Si nos limitamos a formular preguntas dentro de los mismos parámetros convencionales, estamos contribuyendo a una realidad establecida, predecible, y en muchos casos limitada. Sin embargo, si tenemos el coraje de cuestionar esos mismos parámetros —de replantear nuestras preguntas más básicas sobre el sentido de la vida, nuestra relación con el mundo y las estructuras que nos rodean—, estamos entrando en un espacio revolucionario, uno donde la realidad puede transformarse de formas inesperadas.
La revolución interior: Más allá del paradigma mental
Este replanteamiento no es solo aplicable en la ciencia, sino también en la vida personal y espiritual. Las revoluciones internas surgen cuando, en lugar de buscar soluciones superficiales a nuestros problemas cotidianos —ya sea cambiando de empleo, de relaciones, o de lugar de residencia—, nos atrevemos a cambiar las preguntas profundas que subyacen a nuestra experiencia. ¿Qué es lo que realmente busco en la vida? ¿Qué significa el bienestar para mí? ¿Qué es lo que, en lo más profundo, deseo transformar?
Aquí es donde se encuentran las grandes revoluciones del alma. Cuando dejamos de buscar pequeñas soluciones y comenzamos a cuestionar los fundamentos mismos de nuestro ser, abrimos la puerta a una transformación radical. Es similar a lo que en la espiritualidad se ha denominado despertar o iluminación: una ruptura con las formas convencionales de ver el mundo, una revolución en la conciencia que permite que veamos la vida con ojos completamente nuevos.
Vivir en la frontera entre evolución y revolución
Wagensberg nos plantea, en esencia, la diferencia entre vivir en un ciclo de adaptación y cambio superficial, y vivir en la frontera de una revolución constante. En el campo de la física cuántica, la ciencia ha demostrado que el simple hecho de cambiar nuestras preguntas puede cambiar la realidad. En la vida, ese mismo principio nos invita a ver más allá de las soluciones inmediatas y a atrevernos a replantear los fundamentos de nuestra existencia.
La revolución, al igual que en la ciencia, surge cuando dejamos de preguntar cómo mejorar las soluciones y comenzamos a preguntar por qué esas soluciones son necesarias. Es en este espacio, en la intersección entre el pensamiento cuántico y la vida diaria, donde surge el verdadero cambio. Una transformación no solo de nuestra manera de actuar, sino de cómo concebimos la realidad misma.
La evolución es necesaria, pero la revolución es inevitable para aquellos que desean, como Wagensberg, reimaginar el mundo desde sus preguntas más profundas.
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