Atención Temprana y Resiliencia: Cómo Preparar a los Niños para Enfrentar los Retos del Futuro por Koncha Pinós

La crianza de los hijos es una travesía tan desafiante como hermosa. Desde antes que un niño llega a este mundo, su cerebro comienza a desarrollarse a una velocidad asombrosa, construyendo las bases sobre las cuales descansarán su capacidad de aprender, adaptarse, y lo más importante, superar los obstáculos que inevitablemente enfrentarán a lo largo de su vida. Como educadores y  padres, tenemos el privilegio y la responsabilidad de moldear este desarrollo, y es aquí donde el concepto de atención temprana adquiere un significado vital.

En los últimos años, la ciencia del cerebro ha revelado algo maravilloso y, al mismo tiempo, profundamente esperanzador: los cerebros de los niños son maleables. Son como pequeños jardines, donde las experiencias positivas y los cuidados emocionales actúan como agua y sol, alimentando un crecimiento saludable. Pero más allá de la importancia obvia de ayudar a nuestros hijos a aprender y desarrollarse intelectualmente, existe un regalo aún mayor que podemos darles: la capacidad de resiliencia.

La resiliencia es la habilidad de superar la adversidad, de levantarse después de una caída, de encontrar la fuerza interior para enfrentarse a los momentos difíciles sin rendirse. Y aunque puede parecer un concepto abstracto, la resiliencia se construye en los primeros años de vida, a través del cuidado, la seguridad emocional y el entorno que les proporcionamos.

La base de la resiliencia: la importancia de los primeros años

En los primeros cinco años de vida, el cerebro de un niño está en su fase más crítica de desarrollo. Durante este tiempo, las conexiones neuronales que se forman a través de la experiencia son fundamentales para su bienestar emocional y mental en el futuro. Según investigaciones en el campo de la neurociencia del desarrollo, los niños que crecen en entornos afectivos, seguros y estimulantes tienen más probabilidades de desarrollar un cerebro flexible y adaptable, capaz de enfrentar el estrés sin desmoronarse.

Cuando hablamos de atención temprana, nos referimos a algo más que proporcionar a los niños un entorno de aprendizaje formal o acceso a actividades educativas. Se trata de un enfoque integral que incluye el cuidado emocional, la creación de vínculos seguros y el desarrollo de habilidades sociales y de autorregulación. Al ofrecerles estas experiencias desde una edad temprana, les ayudamos a construir la base para un cerebro resiliente, capaz de gestionar el estrés y las emociones difíciles, no solo en la infancia, sino a lo largo de su vida adulta.

La pregunta clave es: ¿cómo podemos, como padres, promover esta resiliencia desde los primeros años de vida?

El poder del apego seguro

Uno de los pilares fundamentales para desarrollar la resiliencia en los niños es el apego seguro. Los estudios de John Bowlby y Mary Ainsworth en la teoría del apego nos enseñan que los niños que desarrollan un apego seguro con sus cuidadores principales –generalmente los padres– son más propensos a sentirse seguros para explorar el mundo, enfrentar desafíos y recuperarse de situaciones estresantes.

El apego seguro se forma cuando los padres responden de manera consistente y afectuosa a las necesidades emocionales de sus hijos. Esto no significa que debamos estar a su disposición las 24 horas del día o que debemos resolver todos sus problemas por ellos. En cambio, se trata de estar presentes de manera sensible cuando nos necesitan, de ofrecerles consuelo en momentos de angustia, y de proporcionarles una base sólida desde la cual puedan desarrollar su independencia.

Cuando un niño experimenta este tipo de relación afectiva, su cerebro recibe la señal de que el mundo es un lugar seguro. Esto permite que su sistema nervioso se regule de manera más eficaz, reduciendo la ansiedad y el estrés, y promoviendo una sensación de bienestar y estabilidad emocional.

Este sentido de seguridad interior es lo que les permitirá, más adelante, enfrentarse a los retos de la vida con confianza. Sabrán que, aunque el mundo puede ser incierto y desafiante, siempre tendrán un lugar seguro donde regresar. Este «lugar seguro» no es solo físico; es una experiencia interna de confianza en que las cosas estarán bien, incluso cuando se presenten dificultades.

La importancia de enseñar la autorregulación

La resiliencia no solo depende de tener un entorno seguro; también implica que los niños aprendan a manejar sus emociones y su comportamiento. Aquí es donde entra en juego la autorregulación, una habilidad fundamental que les ayudará a enfrentar los altibajos de la vida sin sentirse abrumados por las emociones intensas.

La autorregulación es la capacidad de manejar los impulsos, las emociones y el comportamiento de manera adecuada, incluso en situaciones estresantes. Para muchos niños, esta es una habilidad que debe desarrollarse con el tiempo y la práctica. No podemos esperar que los niños pequeños sepan cómo calmarse por sí mismos en momentos de frustración o angustia, pero podemos enseñarles, a través de nuestras propias respuestas y comportamientos, cómo hacerlo.

Un aspecto clave para ayudar a los niños a desarrollar la autorregulación es modelar nosotros mismos una gestión emocional saludable. Los niños aprenden observando cómo respondemos a nuestras propias emociones. Si reaccionamos con calma ante situaciones estresantes, les enseñamos, sin palabras, que es posible mantener el control y encontrar soluciones. Por otro lado, si nuestras respuestas son caóticas o desproporcionadas, los niños tienden a imitar esos comportamientos.

Además de nuestro ejemplo, es importante ofrecer a los niños herramientas concretas para gestionar sus emociones. Por ejemplo, enseñarles técnicas de respiración profunda, ayudarlos a poner en palabras lo que sienten, o guiarlos para que reconozcan cuándo necesitan un momento de calma. Estas prácticas no solo les ayudan a regular sus emociones en el momento, sino que también les enseñan a ser conscientes de sus estados internos y a responder de manera más equilibrada cuando se enfrenten a futuros desafíos.

La resiliencia se cultiva en momentos de dificultad

Es tentador querer proteger a nuestros hijos de cualquier experiencia negativa, pero la realidad es que la resiliencia se desarrolla, en gran parte, cuando enfrentan y superan pequeñas dificultades. No se trata de exponer a los niños a experiencias traumáticas o dolorosas, sino de permitirles experimentar, en dosis adecuadas, las inevitables frustraciones y desafíos de la vida diaria.

Por ejemplo, cuando un niño enfrenta una tarea difícil y siente la tentación de rendirse, nuestra primera reacción puede ser intervenir y resolver el problema por él. Sin embargo, al hacer esto, le estamos privando de una oportunidad valiosa para aprender a persistir frente a la adversidad. En lugar de resolver el problema por él, podemos ofrecerle apoyo emocional («Entiendo que esto es difícil, pero estoy aquí para ayudarte») y animarlo a seguir intentándolo. De esta manera, le enseñamos que es capaz de enfrentar y superar los retos, lo cual es un componente esencial de la resiliencia.

Es en estos momentos de desafío donde el cerebro del niño aprende a reorganizarse y adaptarse. La neurociencia ha demostrado que cuando los niños enfrentan situaciones estresantes, sus cerebros generan nuevas conexiones neuronales que les ayudan a adaptarse y responder de manera más efectiva en el futuro. En otras palabras, los desafíos no son solo obstáculos, son oportunidades para que el cerebro se fortalezca.

Cómo el entorno puede apoyar la resiliencia

El entorno en el que crecen los niños también juega un papel crucial en el desarrollo de su resiliencia. Un entorno estable, predecible y enriquecedor ayuda a que los niños se sientan seguros y protegidos, lo cual es esencial para que puedan explorar el mundo con confianza. Esto incluye tanto el entorno físico –un hogar seguro y acogedor– como el entorno emocional, en el que se les ofrezca una presencia constante de apoyo y afecto.

Sin embargo, la resiliencia también se fomenta a través de la diversidad de experiencias. Los niños que tienen la oportunidad de interactuar con diferentes entornos, personas y situaciones tienen más probabilidades de desarrollar la flexibilidad mental necesaria para adaptarse a los cambios y enfrentar lo desconocido sin miedo. Aquí es donde la combinación de la estructura y la autonomía guiada es esencial. Al proporcionar un marco seguro en el que los niños puedan explorar de manera independiente, les estamos dando la oportunidad de desarrollar su sentido de competencia y confianza en sí mismos.

Criar hijos resilientes es un acto de amor consciente

Criar hijos resilientes no es un proceso que ocurra de la noche a la mañana, pero con atención temprana, podemos sembrar las semillas de una fortaleza interior que les permitirá enfrentar la vida con confianza, esperanza y una sensación de propósito. Al proporcionarles un entorno de seguridad emocional, modelar una gestión emocional saludable y permitirles experimentar y superar desafíos, les damos las herramientas que necesitarán para prosperar en un mundo lleno de incertidumbre.

En última instancia, la resiliencia es un regalo de amor que perdura más allá de la infancia. Es el regalo de saber que, sin importar los retos que enfrenten en el futuro, tendrán la capacidad de levantarse una y otra vez, con la certeza de que siempre encontrarán un camino hacia adelante. Como padres, nuestro papel es guiarlos en ese viaje, ayudándoles a descubrir su propia capacidad de resiliencia y fortaleza interior. Y al hacerlo, les estaremos preparando no solo para enfrentar los retos del futuro, sino también para encontrar alegría y propósito en medio de ellos.

Koncha Pinós para The Wellbeing Planet. Master Neuropedagogia e Inteligencias Multipels en Edad Temprana. Autora de La Belleza de Ser Bueno. 

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