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Lynda Benglis, fluir con la naturaleza

Bounty, Amber Waves, Fruited Plane. Foto: Juan de Sande

La revista Life la proclamó como la “heredera de Pollock” en 1970. Tenía 29 años. Llevaba seis en Nueva York y ya tenía a sus espaldas 15 exposiciones individuales. Su ascenso fue meteórico pero hoy, echando las vista atrás, se observa que no ha tenido el mismo reconocimiento que compañeros de viaje como Donald Judd, Robert Morris, Richard Serra o Frank Stella. Lynda Benglis (1941, Lake Charles, Luisiana, EE UU), era hija de un padre de origen griego que dirigía un almacén de materiales de construcción y una madre, costurera, que era pintora aficionada. En 1964 se mudó a la Gran Manzana y se matriculó en la Escuela de Arte del Museo de Brooklyn, hoy desaparecida. Al principio, bordeó el expresionismo abstracto, pero cuestionando la rigidez del soporte. Más tarde empezó a trabajar con materiales industriales y en esto fue pionera. “No estaba rompiendo con la pintura, sino tratando de redefinir lo que era”, ha recordado. Crea los pours (vertidos de material), un formato que luchaba por despegar la obra de arte de la pared, llevando la técnica de goteo a lo Pollock a las tres dimensiones, derramando caucho líquido directamente sobre el suelo. También fue precursora en trabajar con el vídeo, cuestionando el papel de la mujer artista, y provocó escándalos con sus autorretratos en los que posaba como una pin-up o una estrella porno. Un camino que luego siguieron artistas tan diversas como Cindy Sherman o Rachel Harrison.

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